Mi verano

Mi verano se ha pasado muy rápido.
He estado en Ronda, Málaga, un sitio muy romántico -romántico en un sentido más rollo Friedrich que rollo San Valentín.
Mejor, porque justo antes estuve en Tallin, que es un sitio donde da pena ir solo.
En Ronda he sido -dejadme llamarlo así- "testigo privilegiado" del desarrollo de 19 proyectos de lo más variopinto. Dramas históricos, comedias juveniles, adaptaciones de grandes obras literarias escandinavas. Acción y violencia, un japonés en México. Un último verano familiar en los noventa. Una constelación de artistas árabes. Algún biopic. Y también alguna empresa: tele para mujeres y un servicio de consultoría financiera que no acabo de entender pero suena de lo más inteligente.
Además de los 19 proyectos, he conocido gente también de lo más variopinta, de distintos sectores de -dejadme llamarlo así- "lo audiovisual" . Muchos hablaban de números y de tendencias del mercado y de cómo repartir los beneficios de una película según un esquema de nombre acuático. Algunos hablaban de las nuevas ventanas de distribución, o de los derechos de propiedad en la red. Todo muy interesante aunque mucho se me escapaba porque, he descubierto, la capacidad de atención se reduce con la edad y el verano.
Pero al final todos ponían todo aquello al servicio de la historia, subordinado a cada historia y a la mejor manera de contarla, y llegar a ese punto era, para mí, como encontrar a un compatriota cuando estás lejos, o a un amigo querido en una fiesta coñazo. La historia, es siempre la historia -los detalles, aquí- y si nos ponemos filosóficos ahí está la historia como algo perdurable en la marea cambiante de las tecnologías, los mercados, las formas de financiación. Siempre necesitaremos historias, aunque nos dé por llamarlas contenidos, y siempre habrá quien las cuente. Eso es un absoluto y, lo demás, es todo relativo.
(Ahora, casi es septiembre. Mi verano se ha pasado muy rápido).