Sentido común, en Nuestro Tiempo

Una reciente y sonada encuesta dirigida por profesores de la Universidad Complutense ha dictaminado que casi un 60% de los españoles consideran al cine patrio “mediocre”. Con este dato no muy alentador, cabe preguntarse hasta qué punto están cambiado las cosas en el cine español desde que hace un par de años el crítico y cineasta Fernando Méndez-Leite publicara en Academia un artículo que ponía, con su título, el dedo en la llaga: “Cosas que hacen que una película valga la pena”. En el artículo, concebido como un repaso a la cosecha cinematográfica de 2004, se afirmaban cosas así: “Uno de los problemas más graves con que se encuentra nuestra industria es la escasa importancia que se da a los guiones en la globalidad de un proyecto”; “el desdén por los conceptos de coherencia y verosimilitud están haciendo estragos en los guiones del mundo entero y aquí no íbamos a ser menos”; o “resulta alarmante que más allá de esas dos docenas de películas de calidad, hallemos una auténtica sima por la que se despeñan productos cuya existencia misma resulta inverosímil”.

¿Cómo se puede ganar en credibilidad ante los espectadores? ¿Cómo se puede conseguir que una película merezca realmente la pena? (O dándole la vuelta: ¿cómo se puede frenar la producción de una historia que no le interesa a nadie?) Pues parece que un primer paso importante pasa por prestar un mayor cuidado en el desarrollo de los guiones. Oportunamente, Ana Sanz-Magallón, compañera de mi promoción y excelente consultora de guiones, acaba de publicar un librito que no deberían dejar pasar los profesionales y cinéfilos interesado en estas batallas. Se titula Cuéntalo bien (Plot Ediciones) y el subtítulo no es menos acertado: “El sentido común aplicado a las historias”. Para aprender a escribir y a leer guiones es muy recomendable ver películas, leer otros guiones, trabajar los manuales de guión… y aplicar, efectivamente, grandes dosis de sentido común a la hora de contar las historias.

Los problemas de coherencia y verosimilitud señalados arriba constituyen sólo un síntoma claro de que el sentido común no siempre se manifiesta. A los espectadores no se les suele escapar aspectos de la historia que el guionista y los productores deberían haber resuelto mejor: ¿por qué la chica se queda con el chico si es manifiestamente estúpido? ¿De verdad que comer dos onzas de chocolate nos abrirá las “puertas de la percepción” y nos conducirá a un mundo más bonito del que imaginaron los hippies del flower power? ¿No hay ni un solo familiar o amigo que no le ría las gracias a ese tarado que dedica su tiempo de ocio a atropellar ancianitas?

Lo bueno del libro de Ana –aparte de ser breve- es que se desmarca de los manuales de guión al uso, tantas veces aburridos y llenos de principios y reglas con las que los guionistas y analistas no saben qué hacer en los casos concretos. Con un lenguaje conversacional (nada académico), con ejemplos absolutamente comprensibles y con un sentido del humor que es muy de agradecer, Sanz-Magallón desmenuza la naturaleza de los guiones cinematográficos, por qué las historias se escriben respetando ciertas exigencias, y nos recuerda la vigencia –lamentablemente olvidada en tantas ocasiones- del abecé. La autora no ha hecho otra cosa que aplicar el sentido común a la hora de escribir este libro, y el resultado es una obra que será de cabecera para guionistas, productores, analistas y demás oficios relacionados con la escritura de historias de ficción audiovisual.