Post hoc

Gracias a Josiah Bartlett (para mí y los demás amigos, Jed) descubrí eso de Post hoc ergo procter hoc: decir que algo es causa de otra cosa, simplemente porque ocurrió antes. En Cuéntalo bien hablaba de atribuir el suspenso del niño a que hubiera jugado el día anterior a la Play Station, por ejemplo, cuando igual era que la profe le tenía manía. Pero no sabía que se llamara así porque aún no había conocido a Jed.

Los que trabajamos en ficción solemos inventarnos los porqués, y eso está muy bien. Y cuanto más simple la causa, cuanto más solita esté, mejor funciona. Nos la inventamos porque podemos. Eso sí, el placer –o la tranquilidad- que da ese mundo esforzadamente ordenado de las historias se encuentra pocas veces en la realidad.

Pero el ser humano, yonki de sentido, sigue buscando ese placer. Sigue buscando causas simples y únicas de lo que le ocurre (“No ligo porque he engordado una barbaridad”) o de lo que ocurre (“El acoso mediático le llevó al suicidio”). Y cuando se cree las causas que se ha inventado, va y se pone a dieta, o instaura la censura, o cualquier otra cosa.

Más que buscar la verdad, lo que intentamos al preguntarnos un porqué es narrar una buena historia y que la gente se la crea. Las conspiraciones molan más que las casualidades, los arcos de transformación molan más que la ciclotimia, y como problema, los kilos son más solucionables que un carácter endemoniado.

Personalmente, me he propuesto reservar los post hocs, e incluso la indagación sobre las causas de lo que ocurre, para mi trabajo de consultora de guión. En cuanto a la vida, confío en el guionista y estoy segura de que atará todos los cabos antes de terminar la película. Confío en que al final todo estará bien.